Se respira violencia en la previa a la final de la Copa Libertadores. Los medios y las redes sociales la incitan y los de afuera la toman para justificarse. Pintadas con aerosol en las calles, peleas absurdas entre amigos que terminan mal, de todo pasa en la antesala del superclásico definitorio del torneo más importante a nivel continental.
Cardiólogos, psicólogos, filósofos y los que opinan por opinar, se merodean por los programas radiales y televisivos tratando de explicar o dar alguna razón de lo que significa este partido para los argentinos y de lo que podría llegar a pasar dependiendo el resultado de la final.
Pero la palabra que más importa es la de los protagonistas y siempre están los jugadores pensantes. Los que paran la pelota para observar mejor el panorama. Los que se toman ese tiempito demás para tratar de encontrar a un compañero en una buena posición para recibir la pelota. Los que juegan y hacen jugar. Hacían jugar, en realidad, porque ya están retirados.
Trataron de sacar la violencia desde adentro, como lo dicen los que dicen saber del tema. Nacieron en diferentes provincias, se criaron en los clubes rivales, pero eran, y son, amigos. A pesar de las diferencias. A pesar de los colores.
Uno es oriundo de Río Cuarto, Córdoba, que viajó a Buenos Aires para probarse en River Plate. Por suerte, por destino y por obvias cualidades, el club Millonario puso sus ojos en él y se lo quedó para nutrir su juego. El de la otra vereda, viene de Don Torcuato, a 40 kilómetros de la Capital Federal, hizo sus primeros pasos en el semillero del mundo, en Argentinos Juniors, pero esas casualidades de la vida, lo llevaron a Boca.
Su fútbol los hizo brillar en suelo argentino y España puso sus ojos en ellos. Valencia y Zaragoza para el cordobés y Barcelona y Villarreal para el bonaerense. Separados por los clubes, pero juntos con la Selección Nacional, se trajeron el Campeonato del Mundo Sub20 de Malasya en 1997. El camino los fue haciendo amigos y rivales.
Pero ellos dos dejaban la rivalidad de lado y por esas cosas de la vida, nos regalaron una de las fotos más lindas del superclásico argentino. Ellos dos que paraban la pelota. Ellos dos que trataban de encontrar a un compañero mejor ubicado. Ellos dos que jugaban y hacían jugar, hace tiempo nos trataron de decir una cosa, simple, muy simple y muchos no la supimos entender.
Pablo César Aimar y Juan Román Riquelme hace rato que nos dijeron el fútbol, así como en la vida y en la amistad, es otra cosa.